El camión va aumentando progresivamente la velocidad y va derrapando como si fuese una moto, esquivando como puede a los coches que vienen en dirección contraria y los que circulaban a menor velocidad por su carril.
Va trotando todo el rato, porque el firme de la carretera está lleno de baches, y de vez en cuando, choca ligeramente con el muro que hay al lado de la carretera.
El conductor intenta en vano encontrar algún desvío, y al final el camión se sale de la carretera, con tan mala fortuna, que lo hace por una curva que da a un precipicio profundísimo.
El desgraciado conductor intenta quitarse el cinturón de seguridad, pero se ha atascado mientras el camión va cayendo.
Sin embargo, se engancha con los vaqueros en uno de los hierros, intenta soltarse, pero es imposible, por lo que se los quita y por fin sale del camión.
A pesar de que no ve nada, porque ha perdido las gafas, consigue agarrarse a una ramita.
En ese momento, el camión explota con tanta violencia que a su alrededor cae una lluvia de fragmentos ardiendo y se produce una avalancha encima suya.
El hombre aguanta como puede los golpes de las piedras en la cabeza, pero la ramita es demasiado pequeña y se desprende.
El camionero baja rodando por el barranco, golpeándose con todas las piedras, casi pierde el conocimiento, hasta que consigue agarrarse a un cardo borriquero.
Transcurre un buen rato que le parece una eternidad hasta que oye unos gritos, le dicen que le han visto y que va a llamar a la Guardia Civil.
Al final cuando es rescatado uno de sus salvadores le dice:
- ¡Uff!, ¡Gracias a Dios se ha salvado!
Y el camionero, que estaba reventado y medio inconsciente, abre los ojos y exclama como buenamente puede:
- ¡¡Y una mierda!!, ¡Gracias a Dios NO!, ¡¡ME HE SALVADO GRACIAS A ESE CARDO, PORQUE LAS INTENCIONES DE DIOS ESTABAN BIEN CLARITAS!!