ya era un loro adulto, con bastante mal genio y que no paraba de decir barbaridades e insultar a todo el que pasaba por delante.
Un día Manuel trató de corregir la actitud del loro, hablándole bien y con mucha educación, le ponía música suave y siempre lo trataba con mucho cariño.
Pero el loro seguía sin cambiar su actitud y llegó un día en que Manuel casi se mete en problemas con una vecina a la que el loro le dedicó un par de groserías y, cabreado, le advirtió que cerrara el pico, el loro no le hizo ni el menor caso y Manuel perdió la paciencia y cogiéndolo del pescuezo, metió al loro en el congelador.
Por un par de minutos aún pudo escuchar los insultos del loro y el revuelo que causaba en el frigorífico, hasta que de pronto todo se quedó en silencio.
En ese momento, Manuel arrepentido y temeroso de haber matado al loro, rápidamente abrió la puerta del congelador.
El loro salió despacio y con mucha calma miró a su dueño y dijo:
- Siento mucho haberte ofendido con mi lenguaje y actitud, te pido mil disculpas y te prometo que en el futuro vigilaré mucho mi comportamiento.
Manuel estaba muy sorprendido del tremendo cambio en la actitud del loro y estaba a punto de preguntarle qué es lo que lo había hecho cambiar de esa manera, cuando el loro continuó: