Aproximadamente uno de cada cinco niños entre las edades de 6 y 19 años es obeso, según estadísticas recientes de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos. El porcentaje de niños con obesidad en el país se ha más que triplicado desde la década de 1970, con importantes efectos inmediatos y a largo plazo.
"La obesidad infantil con frecuencia conduce a la obesidad adulta -explica el autor principal del estudio, Bernard Fuemmeler, profesor y director asociado de Prevención y Control del Cáncer en el 'Massey Cancer Center' de la Universidad Commonwealth de Virginia-. Esto los pone en mayor riesgo de desarrollar cánceres relacionados con la obesidad en la edad adulta".
Fuempleler explicó que investigaciones previas han demostrado que los patrones de sueño juegan un papel en la obesidad en adultos, pero la mayoría de los estudios que exploran la conexión entre sueño y obesidad en niños se han centrado en la duración del sueño, y no en la forma en que influyen el sueño o los patrones circadianos en los comportamientos y el peso.
En este estudio, Fuemmeler y su equipo de investigación reclutaron a 120 niños cuyas madres habían participado en el Estudio Epigenético del Recién Nacido, un proyecto financiado con fondos federales que examina cómo la exposición ambiental y la nutrición, tanto prenatal como durante la primera infancia, afectan a cómo funcionan los genes. La edad promedio de los niños fue 8 años y los investigadores controlaron la edad, el sexo, la raza y la educación materna como indicador del nivel socioeconómico.
Para seguir el ciclo de sueño-vigilia, los niños usaron acelerómetros continuamente durante 24 horas al día a lo largo de un periodo de al menos cinco días. Para medir los hábitos alimenticios, los niños completaron la prueba de "comer en ausencia de hambre". Los niños comieron e informaron cuando estaban llenos y los investigadores rastrearon la cantidad de comida que tomaron una vez que alcanzaron el punto de saciedad.
Duración más corta del sueño, vinculada con el IMC más elevado
Los investigadores detectaron que la duración más corta del sueño, medida en horas, se vinculó con un puntaje Z más alto del IMC (índice de masa corporal ajustado por edad y sexo). Cada hora adicional de sueño se relacionó con una disminución de 0,13 en el puntaje Z del IMC, y con una disminución de 1,29 centímetros en la circunferencia de la cintura.
Los ritmos de actividad en reposo más fragmentados y la mayor variabilidad intradural, una medida de la frecuencia y el alcance de las transiciones entre el sueño y la actividad, también se asociaron con mayores circunferencias de la cintura. El inicio más temprano del periodo más activo durante el día, la actividad diurna, se relacionó con una mayor ingesta de calorías una vez que los niños habían alcanzado el punto de saciedad. En general, según Fuemmeler, los resultados del estudio indican que, si bien la duración del sueño es importante, examinar los marcadores de la calidad del sueño también puede ser útil para diseñar estrategias de prevención de la obesidad infantil.
"Hoy en día, muchos niños no duermen lo suficiente -señala Fuemmeler-. Hay varias distracciones, como pantallas en el dormitorio, que contribuyen a la interrupción del sueño fragmentado. Esto, perpetuado con el tiempo, puede ser un factor de riesgo para la obesidad. Debido a los fuertes vínculos entre la obesidad y muchos tipos de cáncer, prevenir la obesidad infantil es prevenir el cáncer, desde mi punto de vista".
Fuemmeler considera que, aunque se necesitan más investigaciones para comprender mejor la forma en que el sueño deficiente afecta al peso, las familias se beneficiarían de seguir las pautas establecidas por la Academia Estadounidense de Pediatría. La principal limitación del estudio es que no incluyó datos prospectivos que podrían haber ayudado a evaluar si la calidad del sueño influye en el aumento de peso o el peso en los niños afecta su sueño, datos que se incluirán en futuros estudios.