Hay que tener en cuenta 2 factores al momento de elegir que pescado se desea consumir.
Por un lado, deben ser ricos en el ácido graso omega-3 y por el otro deben tener bajos niveles de mercurio, elemento tóxico que se acumula en algunas especies grandes.
Cabe aclarar que cuanta más grasa contiene un pescado, más beneficios le reporta a la salud porque dicha grasa está formada principalmente por omega-3, un ácido graso que es incapaz de producir nuestro cuerpo por sí mismo. Este compuesto se caracteriza por reducir los niveles de colesterol en sangre, manteniendo las arterias sanas y libres de trombos y previniendo los problemas cardiacos. Además, tiene la ventaja de reducir de forma natural los niveles de tensión arterial.
El llamado pescado blanco –bacalao, lenguado, rape, merluza, rodaballo– es sedentario, no necesita hacer acopio de grandes reservas de energía y solo posee un 1-2 % de grasa en su cuerpo. Eso sí, es una fuente de proteínas muy saludable y poco calórica, además de aportar vitaminas del complejo B.
Por su lado, pescados azules como las sardinas, los salmones y los atunes son trotamundos, realizan larguísimos desplazamientos a lo largo de su vida y eso los lleva a acumular entre un 5 % y un 10 % de grasa entre sus músculos. Teniendo en cuenta que también aportan proteínas en cantidad y calidad similares al huevo y la carne, su caché gastronómico y nutricional a estas alturas está por las nubes.
Según las últimas investigaciones, el consumo de omega-3 no solo mejora nuestra salud cardiovascular, sino que también beneficia al funcionamiento del cerebro.
Un estudio de la Universidad de Alberta (Canadá) demostró que las neuronas encargadas de almacenar información en el hipocampo, la sede de la memoria, se comunican mejor unas con otras cuando los niveles de omega-3 son elevados.
Asimismo, que por las venas fluya este nutriente en abundancia previene la depresión y mejora el estado de ánimo. Por si fuera poco, otra reciente investigación de la Universidad de Oxford, en el Reino Unido, ha sacado a relucir que su consumo mejora la calidad del sueño, pues reduce los problemas para conciliarlo y las interrupciones nocturnas.
Aunque, como todo, comer pescado en grandes cantidades también tiene sus contraindicaciones, sobre todo si se tiene en cuenta que algunos de ellos son más propensos a acumular mercurio. Concretamente, esta sustancia nociva estaría más presente en los peces grandes, los predadores que se hayan al final de la cadena alimenticia. Por ejemplo, los tiburones se comen muchos peces pequeños, los cuales a su vez ingieren el mercurio depositado en el plancton… Aparte de este escualo, otras especies disponibles en las pescaderías, como el pez espada, la caballa y los blanquillos (de la familia Malacanthidae), también pueden contener dosis elevadas del elemento químico.
El mercurio debe ser evitado, sobre todo, por las mujeres embarazadas y los niños de corta edad –hasta 30 meses–, ya que puede afectar al desarrollo neurológico tanto de los fetos como del individuo durante su primera infancia. De todos modos, los expertos no aconsejan eliminar totalmente los pescados citados de la dieta, sino limitar su consumo a 2 veces por semana.
Opciones óptimas si se combinan el alto contenido en omega 3 con los bajos niveles de mercurio serían el salmón, la trucha, el arenque, la sardina y, entre los mariscos, la ostra.