La mamá de los niños escuchó que el sacerdote del pueblo había tenido mucho éxito disciplinando niños, así que le pidió que hablara con sus hijos.
El sacerdote aceptó pero pidió verlos de forma separada, así que la mamá envió primero al niño más pequeño.
El sacerdote era un hombre enorme con una voz muy profunda, sentó al niño frente a él y le preguntó gravemente:
¿Dónde está Dios?
El niño se quedó boquiabierto pero no respondió, sólo se quedó sentado con los ojos pelones.
Así que el sacerdote repitió la pregunta en un tono todavía más grave:
¿Dónde está Dios?
De nuevo el niño no contestó.
Entonces el sacerdote subió de tono su voz, aún más, agitó su dedo frente a la cara del niño, y gritó:
¿DONDE ESTÁ DIOS?
El niño salió gritando del cuarto, corrió hasta su casa y se escondió en el closet, azotando la puerta.
Cuando su hermano lo encontró en el closet le preguntó:
¿Qué pasó?
El hermano pequeño sin aliento le contestó:
¡Ahora si que estamos en graves problemas hermano, han secuestrado a Dios y creen que nosotros lo tenemos!
En la fila del ómnibus estaba el padre con sus 12 hijos.
Junto a ellos, estaba un señor de mediana edad, con una de sus piernas de palo.
El ómnibus llegó, la mocosada subió primero y ocupó todos los asientos vacíos. Los dos señores subieron y se quedaron parados.
Cuando el ómnibus arrancó, el señor de la pierna de palo, con visible dificultad, se desequilibró y se fue para atrás, haciendo un ruido inconfundible:
TOC.. TOC.... TOC...TOC...
Cuando el ómnibus frenó, sucedió lo mismo, ahora hacia adelante:
TOC.. TOC..... TOC...TOC...
Al arrancar nuevamente:
TOC... TOC... TOC... TOC...
Y sí sucedió varias veces.
En un determinado momento, ya incomodado por el barullo y, al mismo tiempo tratando de ser gentil, el padre de las 12 criaturas le dijo al rengo:
- Perdón, pero me gustaría hacerle una sugerencia. ¿Por qué no coloca una gomita en la punta del palo? Con seguridad va a disminuir el ruido e incomodará menos a todos.
Inmediatamente el hombre respondió:
- Agradezco la sugerencia, pero si Ud. hace algunos años también se hubiese puesto una gomita en la punta del suyo, ahora estaríamos todos cómodamente sentados.